jueves, 2 de mayo de 2013

Mi viaje (1ª parte) por Aurora

Desde el momento en que me subí a la camilla dispuesta a recibir el masaje para mujeres, supe que aquello iba a ser un viaje. Un viaje a mi interior, a mi sexualidad, a mi sexo, a mi ser mujer, a mis emociones y pensamientos y al encuentro con el otro, con el hombre.

Y así fue, pasó lo que pasa en todos los viajes: perdí la noción del tiempo, todo me parecía nuevo, topé con el miedo, los nervios, la dificultad, el famoso pensamiento de “qué hago yo aquí” y finalmente con la entrega al placer y el no querer que se termine el viaje y el agradecimiento por todo lo visto, sentido y compartido.

Voy a intentar desmenuzar lo que fui viviendo por varios motivos. El principal: es algo que quiero hacer para mí, siento que necesito escribirlo, que me va a ayudar a hacer un puzzle importante: mi sexualidad. Y el secundario, por generosidad, porque me gustaría que todas las mujeres del mundo pudieran experimentar un viaje parecido a éste cogidas de la mano por un profesional como Alejandro. No tengo hijas pero intuyo que en breve vendrán o eso espero y me hacía la reflexión sobre si les recomendaría un masaje como este. Mi respuesta es rotundamente afirmativa.

Me gustaría decir antes de comenzar a contarles, que efectivamente mi viaje fue mío, es muy posible que no se parezca al de el resto de mujeres o sí, o en algunas cosas sí y en otras no. Porque básicamente creo cada una tenemos nuestros aspectos a mirar, a trabajar, nuestras historias de vida son distintas, nuestra experiencia con la sexualidad es diferente y un largo etcétera, así que lo que descubriremos será muy personal e intransferible. Aunque también sé que lo que tenemos en común y nos une a todas y cada una de las mujeres tiene mucha más fuerza que lo que nos diferencia y por eso es importante compartir lo de uno, por si le sirve a otros.

Me avergüenza comenzar diciendo que soy psicóloga de profesión y tengo 37 años. Y me avergüenza porque pareciera que tengo que tener determinado avance personal pero me doy cuenta que no, que mi edad y mi profesión tan solo me sirven para atreverme a dar un paso como éste y experimentar un masaje sexual. Así que con lo primerito que topé fue con mi orgullo, mi orgullo de “yo no debería necesitar un tipo de masaje así” Pues sí, lo necesitaba y me agradezco haber podido atravesar esta primera barrera porque además me quedaban unas cuantas más por atravesar.

Intentaré moverme con comodidad entre lo profesional-teórico y la experiencia personal vivida, entendiendo las grandes limitaciones que tengo en ambos terrenos pero así me ayudará a estar en una actitud más humilde. ¡Allá voy!

Lo primero con lo que me encontré fue con la sensación continuada de estar yendo a mi propio ritual de paso de niña a mujer. Ir de la mano con un hombre a realizar esta bonita transformación. En nuestra cultura este rito no existe, bueno, en realidad casi ningún rito. Una auténtica pena a mi parecer.

La menarquía (primera menstruación) quizá sea lo que marque más este paso. Las felicitaciones que se reciben y la típica frase de “ya eres una mujercita”. Esto marca, mujeres. Y por lo que sé, de muy diferentes maneras. Todas tenemos una historia de alegría o tristeza o vergüenza o pudor o desconcierto, etc. con nuestra primera menstruación. A mí no me gustaron esas felicitaciones, no entendía nada, no quería hacerme una mujer, no sabía qué podía implicar eso, nadie me lo explicó y sentí mucha vergüenza. Pero bueno, no viene al caso. Vuelvo al masaje y lo que sí sentí fueron ganas de llamar a mi madre, incluso en un momento hice la broma para relajar mi nerviosismo y lo dije en alto “mami, mami”. Me gustaría que las madres acompañaran a una transición así. Por pedir que no quede. Pero no, al final la mayoría de nosotras nos hemos apañado con el sexo cómo hemos podido y supongo que lo mismo ellos. Con escasos acompañamientos parentales y más bien de iguales y esto con suerte. El caso es que me alegré que, aunque de adolescente no lo hicieran conmigo, poder hacerlo ahora yo de mayor, eligiendo la persona y la forma, con un profesional de la sanación, de la mujer, de la sexualidad y sobre todo, con un gran corazón.

Vergüenza, pudor, nervios, incluso un poquitín de miedo…en fin, todas esas cosas que se experimentan ante lo nuevo, lo desconocido, fueron los primeros sentimientos con los que topé de primeras. Inevitables por otro lado pero qué bien, porque podía verlo y acompañarme, estar conmigo. Sobre todo viví con mucha claridad cómo iba atravesando mi propio pudor, pudor de estar completamente desnuda, de mostrarme toda yo, de sentir su masaje en mi cuerpo.

Y ya está porque la relajación, la comodidad, el sentirte a gusto, acompañada y tranquila le competen a Alejandro. Así que, atravesada esta segunda barrera de timidez, topé con el dejarme hacer, dejarme sentir, dejarme tocar, dejarme mirar y de momento a poco más podía llegar. Y claro, escribiendo esto me pregunto si no habré sentido este pudor en cada relación sexual que he tenido ¿Y saben? Creo que tristemente la respuesta es afirmativa. Si no en todas, en muchas. Y el problema para mí es siempre el mismo, no estar atenta a mí, a lo que siento, a lo que me pasa, a lo que quiero, a quien soy. Y claro, en una experiencia así es muy difícil escaparse a una misma.

Desde mi punto de vista profesional lo que puedo aportar sobre la magia de este masaje es el nivel de presencia, conciencia del momento y de sí mismo que se adquiere. Y cuando uno se ve y se siente con tanta claridad y lucidez es muy fácil que algo cambie y mejore después, sencillamente y sin más. Sólo por el famoso “Darte cuenta” utilizado en la Terapia Gestalt. El Darte Cuenta de qué sientes, piensas y experimentas en cada minuto del masaje tiene un efecto curativo en sí mismo.

Y bueno, atravesado todo esto que no es poco, pues ya pude entrar en otros lugares más agradables. Una confesión: qué excitante es en sí misma la situación mujeres. Muy excitante. Aunque también confieso que la excitación venía y se iba. Iba a ser toda una conquista personal por mi parte dejarme entrar en esa parte del viaje.

De camino, topé con la sacralidad de mi vulva, de mi vagina, de mi sexo, de mi coño, de mi punto G. Me cuesta utilizar el término apropiado para mí. Tendré que ir encontrándolo a lo largo de este escrito con vuestro permiso. Ponerle nombre a las cosas ayuda a integrarlas, a reconocerlas, a darles un sitio. Así que voy a aprovechar la coyuntura. Me parece importante decidir qué palabra describe mejor para nosotras nuestro sexo, creo que voy a elegir de momento esta.

Contactar con la sacralidad de mi sexo fue una experiencia de auténtica plenitud y alegría. Algo que entendía desde mi parte racional pero que nunca había experimentado vivencialmente. Así que agradecida. Sin embargo, me di cuenta cómo puedo “esconder” lo que valoro como sagrado justo por este hecho, por ser sagrado lo guardo, lo atesoro, lo escondo tanto, tanto, tanto que no se puede acceder, ver, disfrutar, utilizar…y entonces topé con la importancia de normalizar lo sagrado, mostrarlo, no realzarlo tanto, simplemente tener conciencia de ello y ya. Lo sagrado también tiene derecho a la vida y no necesita tanta sobreprotección.

En la siguiente entrada, la segunda parte de mi viaje, intentaré explicaros cómo viví el masaje en sí, lo que sentí.

No hay comentarios:

Publicar un comentario